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2023 o cuando el fútbol español se dio cuenta de que olía a cerrado

Se acaba un año que, a priori, será trascendental en el fútbol español. Un año en el que un grupo de jugadoras consiguieron una hazaña deportiva que años atrás se antojaba imposible. Se proclamaron Campeonas del Mundo. Sin embargo, la pestilencia de las instituciones las alcanzó. El famoso beso.

Un grupo combativo. Las mejores del mundo pese a tener al enemigo en casa. El seleccionador y sus amigos. El presidente y su cortijo. Las 15, que luego fueron 7. Bravas hasta el final. Había que abrir todas las ventanas y ventilar. Tenían un plan. Pero si no hubieran ganado no hubieran podido pegar la patada más importante de todas. La de la RFEF.

Gran parte de la sociedad estaba de su lado, la que huele a pasado, no. El clamor fue unánime y pilló con el paso cambiado a estamentos, gobiernos protectores de Rubiales y periodistas deportivos que ejemplificaron que el fútbol va más rápido que sus mentes. Ni comprenden ni comprenderán lo que pasó. Un nuevo fútbol les estaba atropellando.

En ese nuevo fútbol entramos todos. No solo quienes creían que les pertenecía por decreto. Dejemos que nueva gente, sensibilidades, aireen las estancias. Olvidémonos de los insultos, del odio, de la agresividad, del racismo. ¡Ay, el racismo! Otro momento de vergüenza en el fútbol español.

Un estadio llamando mono a un jugador. Casualmente a un jugador que no se arruga. Un jugador que responde. Un jugador que no se amilana. Un negro que no les gusta cómo se comporta. ¿Por qué no se comporta como Alaba, como Tchouameni o Rodrygo?

¿Qué hizo LaLiga? Nada, culpar a Vinicius. Otra institución del fútbol español a la que no le vendría mal abrir las ventanas y ventilar. Una mancha histórica de nuestro deporte y que muchos ya sufrieron como Akapo, Iñaki Williams, Kameni, Etoó y demás. Dicen que España no es racista. No lo será, pero lo disimula bastante bien.

Este 2023 nos ha puesto frente al espejo y nos desagrada profundamente lo que hemos visto en el reflejo. Pero algo está cambiando. Somos muchos los que no nos sentimos representados por ese fútbol. Vivimos en otro. Amamos este juego. Su capacidad de conectarnos. Su poder de unión.

Ellas dieron el golpe en la mesa. Abrieron las ventanas. Y ahora, nos toca a nosotros entrar y ventilar. Hacer de este entorno, un lugar seguro. Un lugar en el que compartir nuestro amor por el fútbol. En el que podamos jugar, crear y sentir. En el que los que estábamos fuera, ahora estemos dentro. En el que el balón sea la herramienta para progresar como sociedad.